martes, 27 de mayo de 2025

Luca y las Fiestas de Canarias

Luca y las Fiestas de Canarias

En la ciudad de Arrecife, capital de Lanzarote, vivía un niño pequeño llamado Luca. Tenía poco más de dos años, una sonrisa tan grande como el cielo de su isla y una energía que parecía no acabarse nunca.

Luca corría, saltaba y reía a todas horas, sobre todo cuando jugaba con sus primas Valentina y Lucía. Juntos eran como tres rayos de sol que llenaban de alegría cada rincón.

Su familia era alegre y festiva. Su papá, Ibán, y su mamá, Yaiza, trabajaban en los ventorrillos: esos puestos llenos de luces, colores y música que hacían brillar las fiestas del pueblo. Desde que era un bebé, Luca se había acostumbrado al bullicio, al olor a papas arrugadas con mojo y al sonido de los timples y las chácaras.

Un día, mientras jugaba en el parque con sus primas, apareció su tío Eudes con un bote de pompas de jabón. Sopló una tras otra, y el cielo se llenó de burbujas brillantes.

—¡Mira, Luca! ¡Pompas mágicas que bailan con el viento! —dijo riendo.

Luca, con los ojos bien abiertos, salió corriendo detrás de ellas, saltando y gritando de alegría.

Pronto, su abuela Mela y su abuelo Antonio le hablaron del Día de Canarias.

—Es una fecha muy especial —le explicó la abuela—. Celebramos nuestras tradiciones, la música, los trajes y la comida de nuestra tierra.

—Y se baila, ¡mucho! —añadió el abuelo Antonio, guiñándole un ojo.

Cuando llegó el gran día, Luca se puso su ropita tradicional: chaleco, fajín, alpargatas y sombrero. Se miró al espejo y sonrió como si fuera todo un señorito.

En la plaza, el ambiente era una fiesta de colores: papagüevos, banderas, bailes, y canciones que hablaban del mar, del viento y de las montañas.

—¡Vamos, Luca! —le dijo el tío Eudes—. ¡Es hora de bailar!

Y allí fue, con sus primas a su lado, moviendo las caderas como si la música naciera en su interior. Rieron, saltaron, comieron piñas asadas, queso y dulces de gofio. Y, por supuesto, jugaron con pompas de jabón, esas que a Luca tanto le gustaban.

Al terminar el día, cansado pero feliz, Luca se sentó en las rodillas de su abuelo y apoyó la cabeza en su pecho.

—¡Abuelo, me ha encantado la fiesta! ¿Cuándo es la próxima?

—Pronto, mi niño —le susurró Antonio acariciándole el pelo—. Porque mientras haya quien baile, cante y sonría, en Canarias siempre habrá fiesta.

Y con una última pompa flotando en el aire, Luca cerró los ojos… soñando con la próxima celebración.

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Una pequeña gran aventura

La fiesta estaba en su punto más alto. Las chácaras sonaban, las banderas ondeaban, y el aire olía a dulce de leche y tarta de almendra. Luca, con su ropita típica y el sombrero medio torcido de tanto bailar, no paraba de correr entre la gente.

Mientras sus primas Valentina y Lucía se entretenían en un taller de pintura, Luca vio algo que le llamó mucho la atención: un papagüevo gigante que parecía guiñarle un ojo. Curioso como siempre, decidió seguirlo.

—¡Papagüevo, espera! —gritó riendo.

El papagüevo giró por una esquina del mercadillo y Luca, sin pensarlo, fue detrás. Caminó entre manteles con bordados, juguetes de madera y puestos de golosinas, hasta que se dio cuenta de que ya no veía a nadie conocido.

—¿Dónde están mamá y papá? —preguntó bajito, con los ojos muy abiertos.

Justo entonces, un pequeño perrito blanco con una mancha en el ojo apareció meneando la cola. Llevaba un pañuelito amarillo atado al cuello y parecía entender perfectamente a Luca.

—¿Tú también te has perdido? —le preguntó Luca.

El perrito ladró suavecito y comenzó a caminar. Luca lo siguió con confianza, y juntos recorrieron los callejones de la fiesta. Pasaron junto a un señor que tocaba el timple, una señora que vendía rosquetes, y un grupo de niños jugando a la soga. Todos saludaban a Luca con sonrisas, como si fuera el protagonista de un cuento.

Finalmente, el perrito se detuvo frente al puesto de pompas de jabón. ¡Allí estaban su tío Eudes, sus primas y sus padres, buscándolo entre risas nerviosas!

—¡Luca! —gritó Yaiza al verlo—. ¡Menudo susto!

Luca corrió a abrazarlos y, señalando al perrito, dijo:

—¡Él me ayudó a volver! ¡Es un perrito mágico!

Pero cuando todos miraron... el perrito ya no estaba. Solo quedaba su pañuelito amarillo flotando en el aire, como una pompa de jabón que se despide en el viento.

Las guardianas del ventorrillo

Después de la aventura con el misterioso perrito de pañuelo amarillo, Luca volvió a casa con una historia que no dejaba de contar. Pero no era el único que tenía ganas de fiesta: en casa lo esperaban moviendo la cola sus dos fieles perritas, Noa y Tirma.

Noa era juguetona y traviesa, con el pelo suave como una nube y unos ojitos listos para la travesura. Tirma, en cambio, era más tranquila, siempre atenta y con una elegancia que parecía heredada de una reina perruna.

—¡Mamá, papá! ¿Puedo llevar a Noa y a Tirma a la fiesta? ¡Ellas también son canarias! —pidió Luca con sus ojitos brillando de ilusión.

Sus padres se miraron y sonrieron.

—Si se portan bien, ¡claro que sí! —respondió Yaiza.

Al día siguiente, Luca les colocó un pañuelito a cada una: rojo para Noa y azul para Tirma. Las tres criaturas salieron rumbo a la plaza como una mini comparsa de alegría. Al llegar, todos los niños corrieron a acariciar a las perritas.

—¡Qué bonitas! —decían—. ¡Parecen las guardianas del ventorrillo!

Y así fue: durante toda la fiesta, Noa y Tirma no se separaron de Luca. Le acompañaron en el pasacalle, en la merienda con quesadillas, y hasta se quedaron quietitas mientras él bailaba al ritmo del timple. Incluso ayudaron a encontrar una pelota que se había perdido entre los puestos.

—Estas perritas son mágicas —decía el abuelo Antonio con una sonrisa—. ¡Tienen el alma festera!

Al final del día, Luca se tumbó en la manta junto a sus perritas, mientras el cielo se pintaba de naranja y las luces de la fiesta parpadeaban como estrellas.

—Noa, Tirma… ¡este fue el mejor Día de Canarias del mundo! —susurró antes de quedarse dormido, rodeado de pompas, amor y tradición.

Un viaje a San Bartolomé

Esa semana, Luca tenía otra sorpresa por descubrir. En su guardería, las maestras anunciaron:

—¡Nos vamos de excursión a San Bartolomé! Vamos a aprender sobre nuestras raíces y costumbres.

Luca no entendía muy bien qué era eso de "raíces", pero cuando oyó que iban a ver cómo se hacía el gofio, sus ojitos se encendieron como si hubieran dicho "juguetes".

Al llegar al molino, un señor mayor con sombrero de palma les recibió con una gran sonrisa.

—¡Bienvenidos, pequeños! Hoy les enseñaré cómo se hace el gofio, el alimento más antiguo y querido de Canarias.

Luca y sus compañeros vieron cómo el maíz se tostaba, cómo olía rico, y cómo se molía entre piedras enormes. El polvo suave y dorado que salía de allí parecía mágico.

—¿Eso se come? —preguntó Luca, intrigado.

—¡Claro que sí! Con leche, con miel, con plátano… ¡hasta en el potaje! —contestó el molinero—. Es la fuerza de nuestras islas.

Luca probó un poco con una cucharita de madera y sonrió.

—¡Sabe a Canarias!

El día del luchador

Al día siguiente, la guardería tenía otra sorpresa preparada. Al llegar, Luca encontró un fajín de tela, un pantalón blanco y una camiseta especial.

—Hoy vas a ser luchador —le dijo su seño—. ¡Como en la lucha canaria!

Luca no entendía muy bien las reglas, pero le encantaba girar, agarrar y hacer fuerza como si fuera un campeón. Los niños jugaron en la arena del patio, practicando con cuidado y con sonrisas en la cara.

—Aquí no se pelea para hacer daño —explicó la seño—. Se lucha con respeto, como hacían nuestros abuelos.

Luca se quedó con esa palabra en la cabeza: respeto. Aprendió que la lucha canaria no era solo empujar, sino también ayudar al otro a levantarse después.

Cuando llegó a casa, le contó a Noa y a Tirma todo lo que había vivido. Y luego se sentó con su abuelo Antonio en la terraza.

—Abuelo, hoy fui luchador. Y ayer comí gofio molido.

—¡Así se habla, mi niño! —dijo Antonio emocionado—. Cada día sabes más de tu tierra.

Luca sonrió. Sentía que poco a poco, entre fiestas, juegos, perritas y cuentos, él también se estaba haciendo un verdadero canario chico.

Preparándose para la próxima fiesta

Los días pasaron, pero Luca seguía hablando del gofio, de la lucha canaria y, por supuesto, de la gran fiesta del Día de Canarias. Cada noche, antes de dormir, le pedía a su abuela Mela que le contara historias de cuando ella era niña y cómo celebraban las fiestas en su época.

Una tarde, mientras jugaba con Noa y Tirma en el salón, Luca tuvo una gran idea.

—¡Voy a preparar mi propia fiesta! ¡Así practico para la próxima!

Fue corriendo a su habitación y sacó sus juguetes. Colocó un pequeño mantel en el suelo, puso encima una lata vacía como caldero, varias tapas de colores como platos, y una caja de cartón como escenario. Dibujó banderines de papel con crayones, los recortó (con un poco de ayuda de mamá) y los colgó en el pasillo.

—¡Este será mi ventorrillo! —anunció con orgullo.

Noa y Tirma se sentaron a observarlo como buenas invitadas. Luca les preparó un “potaje” imaginario con bloques de construcción y luego les sirvió “gofio amasado” hecho con plastilina.

—Y ahora… ¡a bailar! —gritó, mientras encendía un altavoz pequeñito con música folclórica.

Sus primas Valentina y Lucía llegaron justo a tiempo para unirse a la fiesta. Todos bailaron, rieron y jugaron como si estuvieran otra vez en el charco de San Ginés, entre papagüevos, ventorrillos y pompas de jabón.

Esa noche, mientras se acurrucaba con su abuela para dormir, Luca le susurró:

—Abuela, ya estoy preparado para la próxima fiesta. Esta vez llevaré a Noa y a Tirma conmigo, montaré mi ventorrillo de verdad… ¡y tú contarás las historias!

Mela lo miró con ternura, le dio un beso en la frente y le respondió:

—Claro que sí, mi niño. La fiesta no está solo en la plaza… también vive dentro de ti.

Y con una sonrisa soñadora, Luca cerró los ojos, mientras en su mente seguía sonando el timple, y el cielo de Lanzarote se llenaba de estrellas y banderas.

Fin.

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