¡LA NEURODIVERGENCIA NO ES UN PROBLEMA!
Por: Antonio Leal Aguilar
Solo en los últimos dos años —de los 69 que tengo— he oído hablar más sobre la neurodivergencia que en toda mi vida. Y no es que desconociera el tema, porque por mi trabajo y participación en actividades festivas, culturales y sociales trato con frecuencia con personas de todas las edades, capacidades y formas de entender la vida. He aprendido mucho más de lo que uno imagina simplemente por compartir experiencias, por escuchar, observar y convivir.
Y es que cuando te relacionas con tantas personas a la vez, y en un mismo evento, te ves obligado a aprender con la práctica. Y ahí te das cuenta de que los verdaderos retos no los plantean los jóvenes o adultos neurodivergentes —que disfrutan, viven y se entregan con alegría a cada momento—, sino, en muchas ocasiones, los propios padres, que por miedo, desconocimiento o ansiedad, nos hacen pasar situaciones tensas, innecesarias y lamentables.
¿Qué es la neurodivergencia?
La neurodivergencia se refiere a las diferencias naturales en el funcionamiento del cerebro humano. Se manifiesta en formas diversas de aprender, pensar, comportarse y procesar la información. No es una enfermedad, ni un defecto. Es una variación de la naturaleza humana.
El término “neurodivergente” describe a quienes tienen una forma diferente de percibir el mundo, sin que ello signifique inferioridad o limitación. De hecho, la perspectiva de la neurodiversidad nos invita a entender estas diferencias como parte de la riqueza del ser humano, reconociendo los talentos únicos que muchas personas neurodivergentes aportan a la sociedad.
¿Y si estamos sobrediagnosticando?
Sí. En ocasiones, algunos padres creen que sus hijos son neurodivergentes sin que exista un diagnóstico certero. Esta percepción errónea puede deberse a múltiples factores:
Interpretación equivocada de comportamientos normales: Dificultades para hablar, socializar o gestionar emociones, que forman parte del desarrollo infantil, pueden confundirse con señales de una condición del espectro.
Falta de información rigurosa: Internet y las redes sociales difunden ideas que no siempre provienen de fuentes profesionales ni especializadas.
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Presión social o comparaciones: Vivimos en una época de constantes comparaciones. Algunos padres sienten ansiedad cuando su hijo no se comporta como “el resto”.
Miedos personales proyectados: El deseo de “explicar” cada diferencia puede llevar a buscar etiquetas antes de tiempo.
¿Qué hacer ante la sospecha?
Consultar a profesionales reales, con experiencia demostrada. No cualquiera está capacitado para valorar estas condiciones con rigor, objetividad y sensibilidad.
Evitar caer en el pánico o la estigmatización. Cada persona es única, y lo diferente no es sinónimo de problema.
Buscar segundas opiniones. Y que no provengan de los mismos profesionales con las mismas respuestas automáticas.
Escuchar al niño, observarlo sin miedo. A veces el mejor diagnóstico es la vida misma, no un informe clínico.
No hay medicamentos que "curen" la neurodivergencia
No existe una medicina que elimine la neurodivergencia. Porque no es algo que deba “curarse”. Lo que sí puede ocurrir es que se receten fármacos para tratar aspectos como ansiedad, hiperactividad o impulsividad, a menudo sin considerar si realmente son necesarios. Y cuidado con eso.
Las terapias conductuales pueden ser útiles, pero no deben convertirse en un molde único que todos los niños deben seguir. Cada persona aprende y evoluciona a su ritmo. Los niños no son loros a los que se les puede enseñar a repetir respuestas hasta parecer “normales”.
Los profesionales también se equivocan
Y esto hay que decirlo sin miedo, porque es una realidad. Existen diagnósticos equivocados, incompletos o demasiado precipitados. ¿Por qué ocurre?
Falta de formación o actualización. No todos los profesionales están al día o comprenden bien lo que implica la neurodivergencia.
Complejidad de las condiciones del espectro. No hay un perfil único. Hay miles de formas de ser neurodivergente.
Presencia de otras condiciones o factores emocionales. A veces se confunden entre sí o se enmascaran.
Temor al juicio social. Incluso algunos profesionales prefieren no diagnosticar por miedo a las etiquetas.
Consecuencias de un mal diagnóstico
Tratamientos inadecuados o innecesarios.
Daños emocionales para el niño y su entorno.
Ansiedad, estrés y confusión en la familia.
Desconfianza hacia el sistema sanitario o educativo.
Por eso es tan importante la prudencia, la observación profunda, y sobre todo, la humanidad.
"Recordemos siempre esto: ver el mundo diferente no es un defecto"
Muchos de los genios de nuestra historia fueron neurodivergentes. No porque tuvieran un problema, sino porque su mente era capaz de ver donde otros no veían. Nombres como:
Temple Grandin, científica y defensora del bienestar animal.
Alan Turing, pionero de la informática.
Mozart, compositor que cambió la música.
Einstein, físico revolucionario.
Bill Gates, innovador tecnológico.
Woody Allen, creador con un estilo único.
Y se habla incluso de Isaac Newton, Lewis Carroll, Michael Jackson...
Conclusión: la clave está en el respeto, la comprensión y la mirada sin prejuicios.
El problema no son las diferencias. El problema es el miedo a aceptarlas. Tener un hijo con una condición neurodivergente no es un drama, ni un castigo. Es una invitación a comprender la vida desde otra perspectiva. Lo que necesitan estos niños no es una etiqueta, ni un tratamiento urgente. Necesitan amor, tiempo, paciencia, y sobre todo, una sociedad que les dé la oportunidad de ser ellos mismos.
Porque todos somos distintos.
Y en esa diferencia…
habita la verdadera inteligencia humana.
"Nota personal del autor Antonio Leal Aguilar"
Con lo que aquí expreso no pretende sentar cátedra, ni sustituir criterios médicos o científicos. Es simplemente mi opinión, formada desde la experiencia directa de la vida. A mis 69 años, con cuatro hijos criados y nietos a los que disfruto y observo con amor y atención, he aprendido que cada niño es un universo propio. No todos caminan al mismo ritmo, ni aprenden de la misma manera, y eso no los hace mejores ni peores: los hace únicos.
Además de mi vida familiar, he pasado años participando en actividades culturales, educativas y sociales, en la calle, con la gente, compartiendo espacios donde he convivido con muchas familias y con niños que presentan distintas formas de comportarse, sentir y expresarse. He aprendido más de esas vivencias que de cualquier teoría, y siempre con humildad.
Por eso escribo desde esa mirada personal, sin etiquetas ni juicios, y con el único propósito de invitar a la reflexión. Creo firmemente que apresurarse a sacar conclusiones sobre la conducta o el desarrollo de un niño puede ser un error que, sin querer, lastime más de lo que ayuda.